Noche

Son las doce, es hora de ir a acostarse. Mis pasos me dirigen a la habitación donde me desnudo y me meto en la cama. Con las voces que surgen de la radio de fondo, apago la luz y cierro los ojos. Estoy tumbada boca arriba, los brazos cruzados sobre el cuerpo, de igual forma que se muestra en las imagenes de los sarcófagos de las momias. Dejo de pensar, empiezo a imaginar mientras mi cerebro envía órdenes a todos los músculos del cuerpo para que se relajen.

Pasan los minutos, la posición me incomoda y me muevo. La opción elegida es estar tumbada de forma lateral sobre mi costado derecho en forma casi fetal; no duro mucho y vuelta a cambiar. Esta vez me giro y me recuesto sobre el lado izquierdo con una pierna en forma de ele sobre la otra. Estoy tranquila y modifico un poco más mi situación: paso mi brazo izquierdo bajo la almohada y el derecho por encima de ella. La sujeto de tal forma que la pongo paralela a mí. Aunque llevo tiempo dormida notó y siento la serenidad de mi cuerpo.

Lo mismo da que sea una cama de noventa centímetros que de dos metros, cada milímetro del lecho es visitado por mí; no quiero que piense que lo desprecio, cada rincón guarda un tesoro que todas las noches busco. Nunca paro quieta aunque no sea consciente, reconozco mi incapacidad de dormir en una sola posición durante toda la noche...

Esta forma de dormir trae sus consecuencias sobretodo cuando tienes calor humano al lado y conociéndote como te conoces, medio duermes. Intentas no moverte ni un mílimetro, tienes un ojo medio abierto y transcurres la noche en duermevela para que a la mañana siguiente te despiertes, se despierte, te mire a los ojillos y te digan: ya te vale, no has parado ni un segundo...

En mi defensa diré que yo intención le pongo, que esto me sucede si no estoy habituada a dormir con ella y que pasadas unas noches yo me adapto y por último para quien no me conozca: que no me muevo tanto!!