martes, 4 de noviembre de 2008

Ella y su café

La noche transcurre tranquilamente, nada perturba la paz en sus dominios. La luna es su fiel aliada, cómplice a la hora de desbaratar hasta los planes más simples. Como en un pedestal, expande sus rayos plateados, llegando a los rincones más inhóspitos. Contempla y, placidamente, se va despidiendo con la satisfacción de haber cumplido una vez más, con su cometido. Antes de irse definitivamente da la bienvenida a su hermano, el sol, dándole la mano y acercándole a su lugar privilegiado.

Los ventanales están mal cerrados, la claridad entra como un fugitivo huyendo del peligro. La habitación lo recibe con agrado, no así yo: la necesidad de oscuridad es el único requisito indispensable a la hora de residir en los brazos de Morfeo. Mis párpados se abren y mis ojos se van acomodando a la nueva situación. Estoy en calma, relajada, consecuencia todo ello de un sueño reparador tanto para mi mente como para mi cuerpo. No me he parado a observar a mi alrededor; pero lo noto, lo siento. Su respiración, su calor, su presencia a mi lado. Me acerco lentamente,no quiero que se despierte notando mis movimientos en el lecho; no, todavía no. Mis labios se aproximan al nacimiento de su cabello y alli, hago notar mi cercanía. Siento el cambio de ritmo en sus inspiraciones, cómo se vuelve hacia mí mientras mis labios continúan su camino...

La luminosidad a nuestro alrededor se ha modificado. La luna definitivamente ha dado paso y permiso a su mellizo para ocupar su lugar. Decido levantarme y dejarle que descanse, que remolonee, que se cruce en la cama sintiendo el calor que nuestros dos cuerpos han impregnado en cada centímetro de las sábanas. Me dirijo al baño y, una vez duchada, me dispongo a disfrutar de mi paseo matutino. No hay nadie en las calles, cada paso que doy es el inicio de un nuevo camino por donde perderse sin querer ser encontrado.

La fantasía da paso a la realidad y es hora de volver a casa. La vuelta es igual de agradable que la ida, únicamente salteada por los buenos días de extraños compañeros de viaje en una mañana iniciada por unos pocos locos como yo. Me acerco al kiosko para comprar los periódicos: el suyo y el mío. Rutina dominical que se vuelve obligación para el cuerpo y la mente si no te quieres sentir el resto del día como una intrusa sin saber ni cómo ni por qué pero sintiéndote extraño, raro por no haber cumplido con uno de tus rituales habituales.

Subo las escaleras y abro lentamente la puerta de casa. No quiero hacer ruido, que todo siga como hasta ahora. Dejo los periódicos encima de la mesa del salón y me voy a la cocina. Allí preparo la cafetera y, mientras se hace el café, me dedico a colocar el resto de los ingredientes del desayuno. Diez minutos después todo está listo y a punto para el propósito con el cual ha sido dispuesto. Mis pasos me llevan a la habitación siendo acompañada por el aroma del café, entro e inclinándome le doy un beso de buenos días.

El mejor comienzo de un domingo, empezando por preparar un café para Ella.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Personalmente consigues que a través de tu lenguaje nazca en mi representaciones vivas, muy vivas, de una visión poética.
Envidia (sana, si realmente existe)de las dos protagonista y su domingo.
Me agrada mucho leerte, mantienes la "fogosidad del ánimo" y es un lujo hoy en día.

Baci mille caro mia

Tanais dijo...

Me ha encantado el relato...los prefiero q las canciones jejejeje en serio...muy bonito...ahora...eso de los dos periódicos...a Despe y a mí no nos pasa :P jajajajajajajajajajjaja