miércoles, 15 de octubre de 2008

Miradas

Estaba decidido. Aunque mis planes habían sido otros, en el momento que tuve la posibilidad de cambiarlos no lo dudé. Cogería el autobús a las seis de la mañana para llegar justo a desayunar con ella. Tenía la maleta preparada, me costó decidir qué ropa meter. Siempre me pasa lo mismo. Si por mí fuera llevaría dos ó tres maletas repletas hasta arriba y sabiendo desde el principio que sólo utilizaría una quinta parte de todo ello.

Eran las doce de la noche y le envié un mensaje al móvil avisándole sobre mi llegada a su ciudad. Ella tenía cena con los compañeros del trabajo y estaría dando una vuelta por la zona pero sabía que lo leería y se pondría contenta.

Tenía la alarma del despertador a las cinco de la mañana pero no le di oportunidad a realizar su trabajo. No tenía sueño, quería que pasara el tiempo lo más rápido posible. Me duché y dejé la casa en condiciones, intenté desayunar pero mi estómago estaba cerrado de los nervios y la emoción. Llamé al taxi y a los cinco minutos se presentó en mi puerta. Monté y fuimos a la estación. Una vez allí todo fue más rodado. Le pagué, entré y busqué el autobús con destino a ella.

Una vez dentro del vehículo todos los pasajeros, el conductor encendió el motor y comenzamos la marcha. No sabía qué hacer: leer me aburría ya que no me podía concentrar en las lineas escritas, la música era monótona y la conversación de dos aspirantes a monjas sentadas detras mío era de lo más habitual. No hablaban de las virtudes teologales precisamente sino de los problemas de una de ellas con su hermano y la "lástima" y "compasión" que ello le producía. En conclusión, que no le iba a echar una mano. Los tiempos pueden cambiar pero la forma de actuar de las monjas ó la de algunas de ellas, no. Al final hice lo más sencillo: desconecté del mundo a mi alrededor y empecé a recordar un día de primavera...

Aquel día decidimos pasar la tarde en la bolera. Teníamos ganas de reirnos un rato viendo nuestros progresos a la hora de tirar unos bolos. Entramos y mientras nos poníamos las zapatillas ya le iba echando un ojo a las bolas. Debía elegir bien porque aparte de reirnos me gusta competir hasta el final. Si escogía una bola pesada, mi muñeca y mi antebrazo se resentirían al cabo de diez tiradas. Por el contrario, con una bola ligera no controlaría tanto la dirección por la fuerza con que la tiraría. Estuve tanteando: ésta no, ésta quizas, ésta si no queda más remedio, ésta sí. Al darme la vuelta para ir a mi asiento te ví y me miraste. Me quedé parada un segundo pero reaccioné y me fui a mi lugar.

Esperaba mi turno de espaldas a ti, no me decidía a mirar. El cruce de miradas había sido significativo y dudaba entre empezar el juego ó no. Mientras tanto, me tocó lanzar y fuí a la posición. Notaba tu mirada fija en mí y ya no sabía ni qué dedos meter en la bola ni con qué pie empezar ni nada de nada. Una tortura muy dulce sentirme observada. En ese momento decidí que valía la pena mirar y ser mirada. La tarde continuó de la misma forma: te miro de reojo, me miras, te miro directamente y sonrío, me devuelves la sonrisa. Mis ojos cada vez esconden menos mis sensaciones y veo que el efecto es mutuo. Se me han olvidado los bolos, la competición, el dolor de muñeca, todo. Sólo estamos tú y yo.

Mis amigos y yo terminamos la partida. No me ha ido mal: 193 puntos y segundo puesto. Será el tener la mente puesta en ti lo que ha provocado mi relajación a la hora de tirar. Nos cambiamos de zapatos y me dirijo hacia la salida. Pienso que nuestro rato de conexión termina aquí. Ha sido divertido, una última mirada de despedida y me marcho. Me dirijo al servicio y entro. Estoy sola y me estoy lavando las manos en el lavabo. No miro por el espejo pero de repente siento tu presencia detrás mio; te noto pegada a mi, me das la vuelta y allí... allí pasó.

Lo que se suponía iba a ser un momento fugaz en nuestras vidas se ha traducido en que ahora mismo estoy aquí. Ha parado el autobús, he llegado a mi destino. Bajo lentamente las escaleras y te veo en el andén, esperándome. En tus ojos esa mirada, tu mirada.

6 comentarios:

Tanais dijo...

Me ha encantado el cuento, lo he leido un par de veces por si se me había escapado algún detalle. Tiene que ser alucinante que te pase algo así...te propongo algo...sigue con él...si te animas tendrás una lectora fiel.

P.D: Tengo una cosa para tí, a la vuelta te la doy.

Anónimo dijo...

Plas, plas, plas, plas...

Café y bolos. Me dejaré ganar mirándote...

Suassi dijo...

Vaya, por fin te he localizado!!! Ya puedo leer algo tuyo.

Por cierto, estoy con Tanais, escribes bien.

Igual si te animas, puedes escribir una novela, tal y como he hecho yo. Si lo haces, prometo también leerte.

Besets

Anubis dijo...

Tanais: Ya veo que me chantajeas para tenerte como lectora... En principio acaba ahí, tengo otras historias y veremos si las escribo aquí. No prometo nada.

Lo que tienes para mi es el "regalito" de tu blog? Espero que no.

Anubis dijo...

María: Pero qué ilusa que eres, pensar que me puedes ganar...jejejejej. En la bolera que conocemos cuando quieras.

Anubis dijo...

Suassi: Otra metiendo presión... pero bueno ya te lo diré si lo hago. Por imaginación no va a ser, quizás ahí radique el problema que lo puedo variar tanto que a saber qué saldría.

Un beso, de tímida a tímida.