"Hubo un silencio durante el cual se oyó, con breves intermitencias, el gotear del grifo en la pila. Al fin el viejo se arrancó y su voz brotaba como un chorro delgado pero firme y empezó a decir que los hombres creyeron que con meter el calor en un tubo habían resuelto el problema y en realidad no hicieron sino crearle porque era inconcebible un fuego sin humo y de esta manera la comunidad se había roto.
Su absorbente mirada enloquecida se clavaba pesada y contumaz en la muchacha, pero ella no experimentaba miedo ahora sino una pungente compasión y cuando el viejo la sujetó por el brazo crispadamente y la pidió a gritos que no le abandonase, ella, la chica, dijo serenamente:
- ¡Otra! ¿Habló alguien de marcharse?
Él añadió:
- Hija, ¿por qué no hemos de compartir lo poco que yo tengo?
La frente de la muchacha se plegó en una profunda, solitaria arruga horizontal. Dijo:
- ¿Puede saberse con qué se come eso, señorito?
Agregó el viejo como si no la oyera:
- Tendrás estorbo por poco tiempo, hija. A mí me ha salido ya la hoja roja en el librillo de papel de fumar.
Ella alzó los hombros aturdida:
- Como no se explique más claro...
Aún insistió el viejo:
- El día de mañana estos cuatro trastos serán para ti - y respiró fuerte.
Ella vaciló y, finalmente, tomó un vaso y lo apuró hasta el fondo. Al terminar, sus manos temblaban y en sus ojos obstusos se habia hecho repentinamente la luz. Puesta en pie, miró dócilmente al viejo, que también se había levantado, y sus ojos se llenaron de agua. Dijo apenas con un hilo de voz:
- Como usted mande, señorito."
Su absorbente mirada enloquecida se clavaba pesada y contumaz en la muchacha, pero ella no experimentaba miedo ahora sino una pungente compasión y cuando el viejo la sujetó por el brazo crispadamente y la pidió a gritos que no le abandonase, ella, la chica, dijo serenamente:
- ¡Otra! ¿Habló alguien de marcharse?
Él añadió:
- Hija, ¿por qué no hemos de compartir lo poco que yo tengo?
La frente de la muchacha se plegó en una profunda, solitaria arruga horizontal. Dijo:
- ¿Puede saberse con qué se come eso, señorito?
Agregó el viejo como si no la oyera:
- Tendrás estorbo por poco tiempo, hija. A mí me ha salido ya la hoja roja en el librillo de papel de fumar.
Ella alzó los hombros aturdida:
- Como no se explique más claro...
Aún insistió el viejo:
- El día de mañana estos cuatro trastos serán para ti - y respiró fuerte.
Ella vaciló y, finalmente, tomó un vaso y lo apuró hasta el fondo. Al terminar, sus manos temblaban y en sus ojos obstusos se habia hecho repentinamente la luz. Puesta en pie, miró dócilmente al viejo, que también se había levantado, y sus ojos se llenaron de agua. Dijo apenas con un hilo de voz:
- Como usted mande, señorito."
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