viernes, 12 de marzo de 2010

Hasta pronto, Don Miguel

"Hubo un silencio durante el cual se oyó, con breves intermitencias, el gotear del grifo en la pila. Al fin el viejo se arrancó y su voz brotaba como un chorro delgado pero firme y empezó a decir que los hombres creyeron que con meter el calor en un tubo habían resuelto el problema y en realidad no hicieron sino crearle porque era inconcebible un fuego sin humo y de esta manera la comunidad se había roto.

Su absorbente mirada enloquecida se clavaba pesada y contumaz en la muchacha, pero ella no experimentaba miedo ahora sino una pungente compasión y cuando el viejo la sujetó por el brazo crispadamente y la pidió a gritos que no le abandonase, ella, la chica, dijo serenamente:

- ¡Otra! ¿Habló alguien de marcharse?

Él añadió:

- Hija, ¿por qué no hemos de compartir lo poco que yo tengo?

La frente de la muchacha se plegó en una profunda, solitaria arruga horizontal. Dijo:

- ¿Puede saberse con qué se come eso, señorito?

Agregó el viejo como si no la oyera:

- Tendrás estorbo por poco tiempo, hija. A mí me ha salido ya la hoja roja en el librillo de papel de fumar.

Ella alzó los hombros aturdida:

- Como no se explique más claro...

Aún insistió el viejo:

- El día de mañana estos cuatro trastos serán para ti - y respiró fuerte.

Ella vaciló y, finalmente, tomó un vaso y lo apuró hasta el fondo. Al terminar, sus manos temblaban y en sus ojos obstusos se habia hecho repentinamente la luz. Puesta en pie, miró dócilmente al viejo, que también se había levantado, y sus ojos se llenaron de agua. Dijo apenas con un hilo de voz:

- Como usted mande, señorito."

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